Relatos Moteros - ¿Cómo Inició?

Hace días vengo con esa hormiguita que pica y pica, esa que da cuando uno tiene ganas de escribir de algo pero, no sabe muy bien por dónde cogerlo y por esto mismo molesta más. Hay que sumarle también ciertas presiones externas de por qué es que uno no escribe sobre eso que parece tan entretenido. En fin... pequeñas tragedias de esta vida de escribientes. 

Comienzo entonces...

Desde hace un par unos años decidí que me quería unir a las correrías de mi novio en su moto. Ya veníamos viajando con frecuencia, salidas más de placer y de paseo casi todas con el grupo motero de esa época, aunque nos consideramos algo así como aves solitarias y realmente preferimos viajar solos. En 2019 estuvimos en Montenegro, Quindío; Necoclí, Urabá; Bucaramanga, Santander; Valledupar, Cesar; Boyacá y varias veces en Bogotá pero, esto de trabajar y viajar, definitivamente es otra cosa. 

Él como dueño y comercial de su empresa decidió que las visitas a sus clientes tenían que volverse algo más agradable y entonces, comenzó a desplazarse en su nave, una Susuki GSX 1100G modelo 92, todo un clásico, quería ser el motero que llegaría en dos ruedas a los lugares donde requerían uno de sus ascensores especiales. Las correrías al final del 2020 aumentaron de frecuencia y la cosa se empezó a ponerse buena. Y pues como yo estaba trabajando desde la casa comencé a salir con él para todos lados, computador en maleta y listo.

Como todo al principio es medio dramático, me sentía muy extraña trabajando en la vera de una carretera, ataviada con la ropa de protección de la moto, a la intemperie y con todos los sonidos ambientales como decoración de mis reuniones, sentía como si me hubiera volado del trabajo, me costaba concentrarme, ubicarme en lo que tenía que escribir y hacer. Tras muchas salidas y con el paso de los meses, los lugares pintorescos, agrestes e inusuales han dejado de ser mayor problema, he introyectado esta manera atípica de escribir, trabajar y pues, que sea una persona tranquila, guerrera y con buena capacidad de adaptación, ha facilitado mucho más todo el proceso. 

Con él tiempo y la experiencia ganada en tantos viajes, hemos aprendido a cuadrar los horarios del trayecto con mis tiempos de reuniones, ya sabemos donde más o menos debemos estar parando para que haya buena señal y todo fluya mejor, hasta aprende uno a mirar el mapa y saber qué lugares serán más cómodos para poner un computador y sentarse a trabajar sin mucho alboroto. No obstante, el problema más grande de trabajar viajando es el internet durante el trayecto, tener buena conexión ha sido y es siempre mi gran preocupación. Con nuestra geografía montañosa y tantos lugares apartados, no es fácil encontrar señal, en las carretera no hay wifi en casi ningún lugar, solamente en algunos paraderos de grandes estaciones de servicio hay una señal relativamente decente. A la final, lo que nos ha salvado es tener una buena conexión en el celular y tener dos operadores diferentes porque muchas veces si yo no tengo señal él sí y viceversa. 

Recuerdo que el primer viaje que hicimos del tipo paseo-trabajo fue a Urabá. Ya habíamos ido en moto como 2 años antes y aún no estaba la vía en construcción o por lo menos no era tan evidente. Esa vez nos demoramos un poco más de 6 horas, esta última, 13. Yo le había dicho a mi jefe que tipo 2 de la tarde estaba reuniéndome con él con un adelanto escrito de un proyecto, pues con base en el viaje anterior y saliendo a las 6am, supuse que ya estaría en un hotel en Turbo lista para trabajar desde el medio día. Nada de eso pasó. Otra cosa que hay que tener presente cuando se viaja por carretera, es que en cualquier momento puede haber un imprevisto y uno tiene que estar dispuesto a solucionar en el camino, a improvisar, a no desesperarse. El caso es que casi a las 4 de la tarde apenas estábamos entrando a Mutatá. La vía por la construcción del Túnel del Toyo estaba en muy malas condiciones, terribles por no decir menos, más de veinte pare y siga, entre piedras, cascajo y pantano, nada agradable. 

Ya en Mutatá pude tener mi reunión de trabajo en un pequeño restaurante a la orilla de la vía principal, pese a mi estrés por el incumplimiento del horario, todo salió bien, aunque la llegada hasta Turbo estuvo igual de movida que el resto del camino solo que de noche, como para retamar. Sumándole a todo eso el cansancio, el calor y la humedad que afectan el cuerpo, porque en esa vía llueve fácilmente. Por eso hay que estarse hidratando con frecuencia, eso implica que hay que aprovechar a entrar al baño en las paradas que se hagan, que tampoco son muchas, en promedio cada tres horas y los baños en carretera pocas veces son lo que uno quisiera.  

Como era de esperarse y dadas las pésimas condiciones de la vía, llegamos con la llanta de atrás dañada  y definitivamente había que cambiarla, si queríamos continuar con los planes. Esto es otra de las dificultades que se le suman a los viajes que cuando se leer en las publicaciones por redes perecen maravillosas aventuras, que aunque sí lo son, no dejan de tener un sin fin de contratiempos y dramas. Conseguir una llanta para una moto de alto cilindraje y sellomatic iba a ser muy complejo -por no decir casi que imposible- ya que en esos municipios no son comunes las motos grandes, por lo tanto no hay muchos repuestos. 

El caso es que después de mucho buscar y llamar y pedir y solicitar y explicar, en la tarde del día siguiente encontramos en Apartadó (otro municipio de Urabá) una llanta que servía, no era la ideal pero tocaba adaptarse, no había para elegir. Con esa llanta lograríamos hacer la correría pensada hasta Montería y terminaría en un rico descanso de fin de semana en Coveñas. Tampoco fue así, porque con la vía mala, las frenadas y la moto siempre en cambio bajito, el clutch tuvo un daño y al llegar a Coveñas tocó desplazarse hasta Sincelejo a ver qué se podía hacer. Seguía el drama de tener una moto de alto cilindraje que es muy rara para Colombia y que además es vieja. A punta de marañas (como dicen en el argot mecánico) lograron que el clutch funcionara lo mejor posible. A la final, no quedó bien y el drama al devolvernos por Caucasia con la subida por Ventanas fue una prueba de paciencia, ya que no se podía acelerar la moto porque no daba el cambio y lo que iban a ser ocho horas terminaron siendo como otras trece más, aquí lo más simpático fue que al estar subiendo los chicos que se mueven por ese lugar en sus pequeñas motos muy acabadas, nos pasaban sin inmutarse y celebraban dejar una moto tan grande atrás, nosotros solo sonreíamos y rezábamos para que no tuviéramos que pasarnos muchas mulas en una vía tan estrecha y sin poder acelerar. Tuvimos suerte y fueron pocas. 

Como ven, la mayoría de esas veces fueron dramas menores, nada que nos haya puesto la vida en peligro (de esta sí hay historia) y que logramos solucionar. Son muchas las anécdotas y situaciones que se viven. Experiencias con la comida, con los baños. Cuando se viaja en moto por carretera se debe entender que las comodidades de la casa quedaron allí y que hay que adaptarse a lo que se encontrará y acomodarse lo mejor que se pueda. 

Este es solo el inicio de una serie de pequeños relatos que les iré contando. Nada muy elaborado, solo momentos que se salen de la normalidad que por si sola no es normal de lo que es viajar largo en moto por Colombia. 

Espero que disfruten y me comenten cómo les parece. 

Las fotos son de 2019 cuando estábamos comenzando...


Cañón del Chicamocha, Santander



Embalse de Tominé, Cundinamarca




  
Ruta hacia el Cesar, un recorrido por los pueblos 
que se cantan en los vallenatos. 


Río Guatapurí, Valledupar


Parada en carretera a tomar agua de coco fría


Parada en carretera Guarinocito, siempre hay que hidratarse

Ruta del sol, vía Puerto Salgar


Ruta del sol, vía Bogotá

Río Magdalena

Necoclí, Urabá


Ruta Dabeiba

Río Tasido

Vía Santa fé de Antioquia a Cañasgordas

 


 

   


 






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