EL OLVIDO, ESE QUE TE VUELVE SABIO...
“El olvido, ese que te vuelve sabio”. La frase que me ha rondado por estos días y
justamente para mí, yo que soy mujer de poca memoria, raro para ser mujer, pero
lo soy. Mi memoria es absolutamente
selectiva y recuerdo poco. Pero por vueltas que da la vida, por estos días
prefiero olvidar. Más de lo que olvido comúnmente.
Sin embargo, en este camino de olvido, he
estado recodando cosas que quisiera que la vida me permita recordar, de esas
cosas que rogaría porque aquel alemán que acongoja a tanta gente, me permita
recordar, porque me reconfortan, hacen de mi pasado un lugar mejor.
Entre ellas, está la historia de Sara una alumna
que tuve hace algún tiempo. Con 10 años,
ya se había leído más libros que la mayoría de mortales. Siempre fue
impresionante y absolutamente encantadora para mí como profesora de Español y
Literatura, todas las demás estudiantes decían: que lo que no se supiera Sara
ninguna otra lo sabía, así es ella, pero uno de los regalos más grandes que me dio
en todos los años, fue este maravilloso
recuerdo que hoy relato.
En mi salón de clase tengo un armario de
libros, un armario grande, en el que guardo algunos pequeños tesoros. También hay
maravillosos libros de texto para mis clases y muchos libros para que mis
alumnas lean; muchos de ellos son viejos, por lo que ese dichoso armario tiene un
olor particular, a viejo, ha guardado.
Todas las alumnas repelen el olor cuando lo
abro, no les gusta, arrugan su nariz y se van hacia otro lado, la mayoría se
asombra del montón de libros que se pueden guardar en un espacio tan reducido. Pero Sara siempre fue diferente.
Cada vez que se me acercaba al armario para
abrirlo, por cualquier razón: buscar un libro para dar un ejemplo, documentarme
para alguna clase, sacar un documento, ella siempre se paraba a mi lado y esperaba en
silencio a que yo sacara las llaves de mi delantal de profesora y abriera el armario, y como si fuera una
sincronía perfecta, respiraba conmigo aquel maravilloso aroma de libros viejos.
“Profe, este es el olor que más me gusta” decía siempre. Y yo, la miraba con
aquellos ojos de profesora, los que la mayoría de las veces estaban
decepcionados por el poco cariño del resto por los libros, pero en ese momento me sentía reconfortada, para qué más, esa niña
siempre le dio sentido a mi profesión y a mi amor por los libros.
Sara ya no es mi alumna, ya es una adolescente
que está en bachillerato, a veces nos encontramos por los pasillos y me
pregunta si ya me leí un libro u otro, de esos que leen los muchachos ahora. A veces
incluso me ve y no me saluda, va sumida en su mundo de amigas, de juventud, en
otro distinto al que yo ya no pertenezco. Y la verdad no me importa, así es la
vida.
Lo cierto, es que ahora con estas ganas de
olvido, no quiero olvidarla. Dentro de poco ya no estará, quién sabe qué camino
decidirán sus pasos. Espero que cada vez que esté delante de aquel olorcillo a
libro viejo y respire hondo, como para que las palabras se me metan en cada
célula, su nombre esté acompañándolo.
Comentarios
Publicar un comentario
Deja tu comentario