En estos días que pesan "Toda la sangre que nos queda"

Hay días que pesan, que se desangra la vida, que no provoca más que cerrar los ojos.  Quisiéramos acercarnos a ese ideal de país que habita en los sueños, pero despertamos con el canto de los pájaros o con el sonido de las balas y nos encontramos de frente con el dolor. 

En el 2019 Fallidos Editores publicó mi poemario "Toda la sangre que nos queda" en él, relato mi visión sobre la violencia de este país que duele, cansa y maltrata. Son poemas crudos con una visión femenina y sensible. En algún momento pensé que este libro quedaría olvidado después de que los diálogos de paz llegaran a buen término y realmente pasáramos de la guerra y la violencia. Me siento tan triste, porque cada vez toma más relevancia y no veo fin.  Les comparto algunos poemas. 


DISFONÍA

Con más de 40 años, 

y no he sabido lo que es vivir sin miedo.

Nací en un país de calles oscuras, 

de fusiles en mano, 

de gobierno sin ley.

Cada quién con deseos de llevarse la mejor parte,

ahogados en su propia sangre.

Nos hemos pasado navegando sin rumbo

debajo de ceibas que tratan con ahínco 

de cubrirnos del abrasador fuego de las balas, 

a veces sí, mil veces no. 

Respóndeme querida patria:

¿dónde está mi hijo?

 ¿mi hermano? 

¿mi padre?

¿A qué oquedad sin fondo ni luz

llegaron sus almas?  

¿En cuál de tantas quedó la mía? 

Ya no hablas.

Tu disfonía es algo paradójico,

estás dejando de ser

y tus gritos se oyen a lo lejos.

Recuperarás tu aliento, tu voz 

el día que volvamos a cantar un vallenato

sin agazaparnos, 

tendidos bajo un guayabo,  

descalzos, 

sin miedo. 


DEBE SER QUE DIOS ESTÁ ENOJADO


En días como hoy

donde la bruma cubre los cristales 

y la lluvia llora tristeza,

los presagios solo hablan de dolor.

A lo lejos, en otros territorios de mi país,

en otros continentes de mi planeta

resuenan bombardeos,

debe ser dios que está enojado

porque el dios que yo conozco toma 

partido de vez en cuando.

Y entonces entiendo que tanta neblina

solo es un rumor mortecino 

que viene gritando el grito de otros.

Bajar la mirada es la solución de muchos,

el piso es siempre un refugio seguro,

ya no sabemos si orar,

¿al lado de quién está dios?

No es fácil andar con la cabeza en alto

cuando hay tanta muerte en el ambiente,

tanto odio, 

tantas ganas de ser nombrados.

Somos culpables y víctimas al mismo tiempo.

Pero nos enseñaron a callar,

nos dieron el regalo maldito del olvido,

de la culpa, del pecado.

Ni siquiera pensamos,

solo buscamos culpables en medio del tumulto.

La esperanza de la que hablan,

cada vez más lejos se ve en el horizonte.

Los importantes se alegran, 

la economía sube,

la muerte es un buen negocio,

así en las playas haya niños ahogados.

Nuestras almas de humanos 

se esfuman en medio del polvo

cuando agradecemos no ser nosotros.

Perdimos la vergüenza, la bondad.

Las banderas y los ismos 

son más importante que la piel,

no entiendo,

simplemente 

debe ser que dios está enojado

y está escuchando las súplicas de otros,

no las nuestras. 


MEDELLÍN 90s


Hubo un tiempo teñido de mariposas, 

una juventud que pasó entre bombas y balas. 

Besos que se robaban en las esquinas delante del terror de la guerra,

o de las bombas con las que los narcos decían eran nuestros dueños. 

Tantos amigos que morían porque sí

en esquinas macabras. 

Tantas chicas que cambiaron sus vidas por un par de tetas grandes, 

por una moto en la que se pudiera soportar la miseria de una vida triste. 

Oíamos rock 

mientras tomábamos de ese licor rojo y barato que teñía las tripas.

Nos abrazábamos creyendo que moriríamos jóvenes.

Leíamos, gritábamos y escribíamos poemas 

como protesta por no ser como los otros,

(sicarios con vidas paradójicamente fáciles) 

por querer seguir viviendo a pesar de tanta basura

que masacraba cualquier posibilidad de futuro. 

Nos decíamos los primeros te amo 

en medio de un país desangrado.

Poblamos el mundo huyendo de las amenazas de un secuestro. 

El campo se volvió ajeno, 

nos volvimos adultos encerrados en las ciudades

y parias por mulas. 

No se podía hablar, 

ni pensar,

ni ser correcto.

Tanta estupidez, tanta sangre que se ha vertido en los ríos

de los que ahora hacen  hidroeléctricas y también mueren

en este país que aún hoy no encuentra el horizonte. 

Tanto futuro que hemos perdido 

por complacer los ideales de extraños.

Ahora, la ciudad se siente distinta, 

caminamos junto a extranjeros que buscan y admiran

los vestigios del hombre que resquebrajó nuestras maneras.

Buscamos pintar las paredes para perder el miedo

y aprovechar la vejez que llega como un premio no merecido. 






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