DISERTACIÓN SOBRE MONTAR EN BUS


Me gusta mucho montar en bus, especialmente cuando no tengo afán. Monto en bus porque no me gusta manejar y no quiero vivir todos los compliques de tener  un carro y enfrentarse al diabólico tráfico de las ciudades. Quizá sea algo medio social, medio naturista, medio hippie.
Disfruto plenamente el momento en que me puedo sentar y comienzo la emocionante conversación conmigo misma. El puesto que más me gusta es el de la ventanilla, siempre cerca a la puerta para poder salir más rápido y no tener que pegarles con el bolso a todos los pasajeros por donde voy pasando. Me gusta la ventanilla, más aún cuando la puedo abrir, así llegue a mi destino toda despeinada, ya muchos entenderán el porqué pocas veces me veo con el pelo arreglado. 

Desde la ventanilla puedo ver el paisaje urbano: las casa, las calles, la gente. Descubrir  lugares que nunca antes había visto. Mirar un pajarito en la rama de un árbol. Ver la gente que conversa, camina, corre. Cuando se maneja se pierde uno de todo aquello, la mejor posición en ese caso sería la del copiloto, pero entonces tendría uno que hablar,  comentar lo bruto que es tal conductor, llamar la atención por un error al volante, hablar del día vivido o por vivir y hasta allí llega el diálogo interno. Aunque uno puede optar por no hablarle al que maneja,  pero ese silencio siempre termina siendo medio embarazoso.  Por eso tampoco disfruto montar en taxi, me resulta algo intimidante sentarme con alguien a quien  no conozco.  Me choca que me hable el conductor, porque no sé muy bien qué contestarle, si estará o no de acuerdo conmigo y que al responder esto o aquello pondría poner mi seguridad  en juego.  Aunque pensarán mis amigos que miento, ya que soy una habladora compulsiva, pero me gusta hablar con los que quiero, no con cualquiera, como no me gusta que me hablen en las filas, ni mucho menos en los buses. 

Montar en bus te culturiza sobre música, es allí donde descubro las nuevas canciones tropicales o populares, así que cuando llega diciembre ya no me siento tan desentendida de las nuevas ondas, la última de los Cantores de chipuco, la de Giovanny Ayala; incluso te permite recordar las canciones románticas o de “plancha” que ponía la mamá desde temprano cuando te despachaba para el colegio y hasta la tarareas con ganas. Si tienes hambre, puedes comprar algunos de los productos que venden, desde confites hasta galletas,"uno por 500, pero para su mayor economía lleve los tres por 1000", o disfrutar de los artistas que cantan, bailan, cuentan historias, chistes, evangelizan. Toda una gran variedad de actividades para su entretenimiento.   

También se aprende de moda, por ejemplo, lo que se usa para ir al trabajo, a la universidad, las nuevas pintas de las enfermeras, de los oficinistas. Las modas cambian dependiendo de la hora y el día. Mejor dicho, al montar en bus cuando uno es un buen observador, se pueden hacer estudios sociológicos muy interesantes.  Hasta se puede volver uno catador de fragancias y olores, y estos sí que varían con la hora del día. Ya ustedes entenderán.

Es extraño cómo  puede uno estar sentado al lado de alguien por  largo tiempo y ni siquiera saber quién es, cómo se llama, a qué se dedica. Y es más interesante aún, cuando se comienza a descubrir caras familiares, el señor que siempre se sube en tal parte, la señora que siempre se baja en tal otra. ¿Será que voy tarde? No he visto al muchacho que siempre va a esta hora. La pareja que se monta enamorada, los que están peleados, el que siempre va dormido, etc. Termina uno hasta conociendo a los del bus, sin tenerse que hablar, sin saber de verdad quienes son.

Hay momentos incluso, en los que el diálogo interno pasa a un segundo plano y uno opta por hacer parte de conversaciones ajenas. Uno se hace el que mira por la ventana, el que se arregla las uñas, el que lee en el celular algo y se interesa de tal manera, que hasta le  provocaría meter la cucharada. A veces hasta uno se vuelve cómplice o compinche de otros pasajeros cuando se miran para hablar mal del conductor porque va a mil o de otro pasajero por maleducado.  En estos días iba yo con unas bolsas de mercado y una se me cayó. Uno de los aguacates que llevaba rodó hasta la silla de atrás.  Una señora me miró y vio mi cara al buscar por todo el bus el aguacate y dijo:  “hay no, ¡qué pecao!”, un señor en la silla de atrás tomó el aguacate y me lo entregó sonriendo, el caso es que el aguacate dio para que el señor se burlara, la señora comentara sobre el tiempo de cosecha de los aguacates, y yo le reprochara al señor sus intenciones de quedarse con el aguacate. Y eso sólo pasa en los buses.  

Mi novio me cuenta que cuando estaba joven y empezó a trabajar, le tocaba tomar el bus desde el Poblado hasta Envigado y que todos los días a la hora que él iba, se montaba una muchacha muy bonita, todo el trayecto se miraban de manera coqueta, pero no se hablaban, él me cuenta que,  mientras esperaba el bus rogaba porque la muchacha también se montara y se prometía que ese día sí le iba a hablar, lo cierto es que nunca lo hizo y la historia quedó sólo como una de la muchas anécdotas que tenemos todos los que en algún momento montamos en bus.


No siempre las historias son agradables, también hay a quienes les han robado, los han manoseado de manera indecorosa, a los que les ha tocado presenciar peleas, etc. Sin embargo, montar en bus permite de una manera real y cercana vivir la ciudad.   Es una de las mejores maneras de conocer algún lugar cuando se es turista, te permite hacer parte del pueblo y conocer los mágicos  rincones que se esconden entre sus cuadras.  

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