“EL QUE TENGA TIENDA, QUE LA ATIENDA”


El desvare de muchos colombianos es poner una tienda cuando los despiden de sus trabajos o cuando “arreglan” con sus empresas después de muchos años de servicio, también aquellos que luego de un tiempo de trabajar en la USA vuelven con una platica. Por eso es que en cada barrio hay, a veces, hasta dos tiendas por cuadra. Y esto mueve la economía de la familia, del barrio y del mismo país.
Hace algunos años voy a una de esas tiendecitas de barrio, también llamadas salsamentarias, con cierta regularidad, no a comprar la leche, ni arepas, vamos a sentarnos por la tarde a tomar cerveza y a conversar con algunos amigos. Es costumbre bien arraigada utilizar las tiendas como bares, porque son entretenidas y baratas; son el sitio de reunión de los pensionados, desempleados y hasta de los  borrachos del sector.
Así que por las tardes tipo 4, nos vemos en “No entiendo” a tomarnos unas cervecitas, darle una ojeada al periódico y hablar de todo un poco con los amigos o con los visitantes más asiduos que nosotros, que son los señores y señoras que viven cerca. La tienda se mueve, constantemente llegan niños, los mandaderos de toda la vida a comprar lo que falta para el almuerzo, la comida, para la visita que llegó de improviso, etc. Eso y lo que deja el servicio de bar que presta, diría uno que un lugar de estos deja buen billete.
Y sí, esta es una tienda pequeña, que vende sólo la básico y deja neto casi dos millones de pesos al mes, un poco más un poco menos dependiendo de la época y aunque no es mucho, con esto puede vivir una familia y han vivido y se han levantado muchos de los profesionales de este país.
Entonces, ¿por qué Norberto está vendiendo el negocio?  Lleva más de treinta años con la tienda y sí, levantó a toda su familia y hasta compró una casa en Itagüí un municipio vecino de Envigado, pero ya no le da la vida, ni la energía para el voltaje que requiere manejar una tienda. Hasta hace un tiempo vivía cerca, pero le tocaba pagar arriendo, entonces la esposa se encargaba de las mañanas y parte de la tarde, se repartían entre los dos la larga jornada, pero al comprar la casa, decidieron irse a vivir allá y la esposa ya no puede ayudarle a Norberto, por lo que a él le toca quedarse todo el día en la tienda, desde las 7:00 am hasta las 11:00 de la noche. Muy pesado para alguien que ya se está poniendo mayor. Y aunque hay familias más numerosas que se pueden repartir el trabajo para que la jornada no sea tan larga, en la mayoría de los casos, la tienda es manejada por una o dos personas.
Y me cuentan los que van desde temprano, que se lo ve cabeceando a medio día, dormitando en las sillas del local, cansado a veces de no hacer mucho, porque aunque esta tienda se mueve, en ocasiones no pasa nada y una tienda no se puede cerrar nunca, porque como dice el dicho “el que tenga tienda que la atienda” y los requerimientos de los vecinos pueden ser en cualquier momento y la tienda debe tener las puertas abiertas para satisfacer sus necesidades.
Así que me quedé pensando acerca del oficio de tendero, tan poco valorado y reconocido  y tan cercano al día a día de todos los que aún vivimos en barrio. Un trabajo que permite unir a los vecinos, que favorece al encuentro de la comunidad, hacer amigos; que es tan duro, que requiere tanto sacrificio, tanto tiempo invertido.   

Por eso hoy, quise reconocerles su maravillosa labor a todos los tenderos, por tenernos las arepas siempre frescas, desvararnos del bombillo que se quemó, del mecato para la parrandita que se armó de improviso en la casa, por el fiao, porque escuchan las penas de todos los vecinos, porque informan de las penas de los vecinos a los demás vecinos. Porque tienen tiendas que atienden para los que salimos a tomarnos alguna cervecita tardera.   

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