DECLARACIÓN DE ARTISTA

 LA POESÍA ES UN MARGEN EN EL CENTRO


Muchas veces me desconozco en mis poemas. Es otra la que habla, la que habita el paisaje cargado de imágenes, la que sale precipitada entre los versos, sufre y se desgañita al percibir como inconmensurables las voces que parecen gestos pero no lo son. Caminar entre la poesía es negociar el abandono y la lujuria con los cuerpos que no la habitan; abanicarse de ideas, de emociones, de posibilidades para concluir que lo dicho en pocas líneas es lo único que me salva de la locura y del olvido. 

La poesía es un margen en el centro. Se me es extraña e innecesaria. Toda una paradoja para una poeta que como yo, ha entrado en años tomando del vino que las musas le han ofrecido para vomitarlo en versos. Y es allí donde he permanecido devorando caminos, personas y momentos, retratando mis dolores y los de otras como si fueran poses para delimitar la realidad y el sueño. 

Porque no habito el silencio, soy de calle y barullo.  Deambulo por lugares inmersos en gritos, me pierdo en los ojos de señoras cansadas, de vendedores con hambre, de campesinos sucios, de amantes o mujeres solitarias.  Recorro lo que para mi es la carne de mi escritura, mi aliento vital está afuera, es la sangre que brota en las montañas y desciende atravesando ríos, en la espuma de las olas, el sol vigoroso, mi sudor después del camino. Escribo en mi sofá recién llegada de la vida y me dejo abrazar de lo que guardaron mis ojos y los garabatos que llevo en la libreta.  Entonces, las palabras reviven en mí, me reencarnan. Son un amasijo de vidas pasadas, del amor como motor y de las historias que encuentro y que me abofetean constantemente.    

El resultado es una combinación más bien extravagante, algo sagaz y profundamente simbólica sobre la transición de la memoria colectiva que me ha circundado, la vida agridulce en pareja y la tradición sobre la mirada femenina hacia algo más duro de asimilar y de lo que sigo aprendiendo. He transfigurado mi poesía, mi escritura, mi postura de artista para que no sea solo eso y corra libre entre géneros, porque yo misma soy ahora muchas cosas. 

La poesía viene a sentarse en mis rodillas, me desabrocha el cinturón para no morir amarrada a un ideal que no es cierto, que ya no es cierto. Es lo que creo en este momento. Antes, las ensoñaciones eran otras, las vivencias juveniles marcaron un territorio que viví con júbilo entre la bohemia de finales del siglo veinte y principios del veintiuno, cuando las maneras eran pretenciosas y las posturas de escritores nacientes se vivían con un ímpetu distinto. Atesoro esos recuerdos, pero no los añoro. 

Ahora, me miro al espejo y con ojos de mujer madura cocino muchas noches la pregunta de no seguir, del para qué, de la utilidad real de la poesía, de abandonar el tormento de la hoja en blanco, del ahogo de lo no dicho. Entonces, le respondo deteniendo el barco que está listo para naufragar y me abandono a la miseria de no querer escribir, de las preguntas sin respuestas claras.  Pero como lo dije antes, caminar con la poesía es una constante guerra en la que el poeta termina vencido y arrodillado pidiendo perdón entre versos. 

Y reafirmo que no hay utilidad en la poesía, que se puede vivir sin la metáfora que abraza a la piedra con el ocaso. Y es allí justamente donde radica la belleza de la poesía y me arriesgo a decir que, incluso del arte. La verdadera belleza que habita en medio del magistral universo de la inutilidad, cuando el mundo pelea por el dinero y el poder de gobernar todo lo útil, llega el arte a abanicar con su resignificación, pisa con ideas surrealistas, impresionistas, se planta sobre el vanguardismo y todas las demás vertientes. Tal vez el mundo seguiría igual sin el arte o la poesía, tal vez, sin embargo pienso, que el arte lo vuelve mejor, pero sin esfuerzo.




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